lunes, 2 de noviembre de 2009

Historias del otro barrio de Salobreña


Historias del otro barrio de Salobreña


El alcalde que hizo el camposanto de Salobreña fue el primer muerto en inaugurarlo. Es uno de los tantos relatos que sabe el joven Pedro de la O

M. N.
SALOBREÑA

Una americana se quedó tan fascinada con las fotos de Salobreña que pidió que la enterraran allí.

En Salobreña no sienten ni canguelo, ni aprensión por los muertos. «¡Qué va, aquí a la gente le encantan las historietas de cementerios!, a mi me preguntan mucho». Lo dice el que más sabe del camposanto municipal, el joven Pedro de la O. Músico de vocación y auxiliar administrativo de profesión, Pedro lleva el registro del censo de fallecidos en el Ayuntamiento salobreñero, una profesión que le ha dado pie, durante diez años, a aprenderse todas las historias y leyendas del 'otro barrio' que se cuentan en el pueblo. Y qué mejor día que hoy, en el que se recuerda a todos los difuntos, para relatarlas.

El camposanto está lleno de anécdotas y casualidades. Y si no, que se lo digan a Hipólito Martín el alcalde que hizo construir el actual cementerio de la Villa en 1898. Seguro que entonces no sabía que él mismo iba a ser el primer muerto en inaugurarlo. Por cierto que el entonces constructor del recinto, Antonio Izquierdo, era el bisabuelo de la actual concejala responsable del cementerio, Rosario Izquierdo.

Entre las historietas más graciosas del cementerio está la de Paco, «un enterrador con mucha guasa», como recuerda Pedro. Una víspera de Todos los Santos, cuando el cementerio estaba en plena ebullición de vecinas arreglando los nichos, cayó una tromba de agua sobre Salobreña. Las mujeres corrieron a refugiarse en la capilla mientras que el enterrador pilló más a mano un nicho y allá que se metió con su tapa y todo. Cuando escampó y Paco el enterrador se decidió a mover la tapa para salir de allí, las mujeres escaparon despavoridas del camposanto. «Dicen que corrían tanto la cuesta del cementerio abajo que no hubo forma de pillarlas».

¿La amante de Hitler?

El camposanto salobreñero tenía antiguamente su crematorio y de él se encargaba la familia San Juan, que ha dado tres generaciones de sepultureros. «Aquí en Salobreña hay además un hombre que mantiene de forma altruista los nichos de los que no tienen familia para que estos días también estén decentes», explica Pedro. Bajo las calles del recinto actual, según cuenta, se encuentran las tumbas viejas sobre las que se construyeron los nichos actuales. Pedro tiene además perfectamente identificada la zona que llamaban de 'los masones', la de las muertes extrañas y suicidios. «A las muertes raras o por enfermedades contagiosas les ponían una hoja de palmera, no se por qué».

Las huellas de la tragedia de la Guerra Civil también están aún muy presentes en el camposanto, que hasta no hace mucho mantenía los agujeros de metralla de los fusilamientos en sus tapias. «La mayoría eran Almuñécar». Y de antes de la Guerra es el Cristo de la capilla del cementerio, la imagen más antigua que conserva el pueblo, que se salvó gracias a que un vecino la escondió durante la contienda. A los pies del Cristo yacen los restos de don Antonio Morales, que fue cura de Salobreña toda una vida, desde el 29 al 76.

Leyendas de pasión

El cementerio no está exento de de leyendas como la que asegura que una tal Eva Braun, enterrada en Salobreña, era la mismísima amante de Hitler, algo poco probable si se tiene en cuenta que la auténtica murió en el 45 en Alemania. «Y aquí hay una noble argentina descendiente directa del rey Moctezuma», asegura Pedro señalando una lápida.

No faltan tampoco historias de muerte y pasión absolutamente novelescas. Pone los pelos de punta contemplar los nichos de dos hermanos que murieron el mismo día. Uno no soportó la noticia de la muerte del otro.

O la pareja de ancianos de 86 y 78 años que prefirió suicidarse para terminar el sufrimiento que padecían ambos por la enfermedad terminal de la mujer.

Menos dramática es la historieta de una rica americana que dejó a sus herederos un encargo sin querían disfrutar de los bienes de la herencia: que la enterrasen en Salobreña. Lo curioso es que la mujer nunca había estado en La Villa. Pero eso sí, por fotos le pareció «el pueblo más bonito del mundo».
 
La voz
Salobreña no será el pueblo más bonito del mundo pero casi, a mi también me fascina! así como las historías de Pedro!, me encanta que alguien tenga el poder de narrar, cierto o ficticio tanto dá

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