miércoles, 4 de noviembre de 2009

“ÉMULO DE GUZMÁN DE ALFARACHE Y TAN AGUDO Y GRACIOSO COMO EL QUIJOTE


“ÉMULO DE GUZMÁN DE ALFARACHE Y TAN AGUDO Y GRACIOSO COMO DON QUIJOTE”.

EL LUGAR DEL BUSCÓN EN LA PICARESCA

Fernando Rodríguez Mansilla

Universidad de Navarra

Desde su origen y transmisión, La vida del buscón llamado don

Pablos, la única novela de Francisco de Quevedo, se presenta

problemática. Tradicionalmente, se le consideró el tercer gran modelo de

la picaresca, junto al Lazarillo de Tormes y el Guzmán de Alfarache.

Transmitida de forma manuscrita por años, publicada tardía e

irregularmente fuera de Castilla, jamás reconocida por su autor,

ciertamente, como afirma Michel Cavillac, “les circonstances de celle-ci

[la composición del Buscón], aussi bien que les intentions exactes de

l’auteur, demeurent encore énigmatiques”1.

Existen dos grandes corrientes en la tradición crítica sobre el Buscón:

una que la considera una novela picaresca defectuosa al cotejarla con la

pareja fundadora del género (Lazarillo del Tormes y Guzmán de

Alfarache); y por otro lado, aquella que encuentra una coherencia interna

y un rigor sospechosos en un escritor tan inorgánico y fragmentado como

Francisco de Quevedo. De acuerdo con la postura que se adopte, el

Buscón será considerado simplemente como una novela estetizante, o

como un precursor de la narrativa moderna2. Por su parte, el presente

trabajo intenta aproximarse al Buscón considerando la interacción del

libro con dos propuestas narrativas asimismo consideradas opuestas.

“Émulo de Guzmán de Alfarache (y aun no se diga mayor) y tan agudo y

gracioso como Don Quijote” son los términos en que define a Pablos de

1 “A propos du Buscón et du Guzmán de Alfarache”, Bulletin Hispanique,

LXXI (1973), p 114.

2 Defienden estas posturas respectivamente, Fernando Lázaro Carreter,

“Originalidad del Buscón”, en Estilo barroco y personalidad creadora, Madrid,

Cátedra, 1992, pp. 77-88, y Gonzalo Díaz Migoyo, Estructura de la novela:

anatomía del Buscón, Madrid, Fundamentos, 1978.

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Segovia el librero Roberto Duport en la “Dedicatoria a don Fray Juan

Agustín de Funes”, que figura en la edición impresa bastante tardía (1626)

de la novela, compuesta alrededor del año 1604. A partir de aquel haz de

luz que nos ofrece el paratexto, es posible una reflexión sobre el proyecto

narrativo de Quevedo, que no sería otro que llevar aquella propuesta

cervantina de ejecutar “una invectiva contra los libros de caballerías” al

campo de una tradición genérica mucho más reciente y crítica (i.e. la

picaresca encarnada por Mateo Alemán y el anónimo Lazarillo) frente al

grupo en el que el joven cortesano se inscribe.

Para comprender los propósitos del pícaro a la hora de escribir, y saber

por ende, lo que cuestiona Quevedo, conviene traer a cuento la teoría de

René Girard expuesta en su Mentira romántica y verdad novelesca, la cual

puede ayudarnos a comprender la diferencia esencial entre la obra

cervantina y la picaresca.

En primer lugar, Girard sostiene que lo que nos motiva en la elección

del objeto del deseo no son tanto las virtudes de éste como el prestigio que

posee al ser deseado, a su vez, por otra persona. Así, el deseo se configura

a través de un tercero. Deseamos porque otro desea lo mismo y le otorga

al objeto un valor que, sin su intervención, perdería su encanto. Por ello,

por debajo del deseo hacia el objeto, se encuentra el deseo de ser el otro,

de portarse y sentirse como él. El ejemplo de don Quijote, con sus elogios

constantes a Amadís de Gaula y su penitencia a la manera de la Peña

Pobre en Sierra Morena, es elocuente: “La existencia caballeresca es la

imitación de Amadís en el sentido en que la existencia del cristiano es la

imitación de Jesucristo”3. Los deseos de honra y fama de don Quijote se

deben a Amadís, nacen de éste y se le rinden como tributo. Este modelo

de conducta recibe el nombre de mediador. Amadís es mediador del deseo

de don Quijote: todo lo que el manchego quiere lo quiere porque Amadís

lo quiso también. Si Amadís aborrece a los malos, don Quijote igual. Si

Amadís es fiel a Oriana, don Quijote lo es con Dulcinea. El mediador

impone lo que debe desearse y el sujeto obedece.

René Girard consideraba el tipo de mediación de don Quijote- Amadís

como externa, en tanto Amadís no estaba al nivel de don Quijote y en ese

sentido está fuera de su mundo, como en un altar y sin posibilidad de

3 René Girard, Mentira romántica y verdad novelesca, Barcelona, Anagrama,

1985, p. 10.

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intervenir. La mediación interna, por otro lado, estaba reservada a los

mediadores que se encontraban en la misma esfera de acción de los

sujetos que desean a través de ellos. En la mediación interna ocurre que

“el mediador ya no puede interpretar su papel de modelo sin interpretar

igualmente, o aparentar que interpreta, el papel de obstáculo”4. Así, el

mediador interno es el obstáculo al mismo tiempo que el estímulo para

alcanzar el objeto. Esto genera una relación conflictiva y sadomasoquista,

en la que unos hombres son ídolos o amos de otros que son sus fieles o

esclavos, la cual está marcada por la violencia.

Presentada la teoría del deseo triangular, podría afirmarse que el pícaro

en su libro se erige como mediador. Sin embargo, este pícaro que

conocemos (Lázaro violando el arcaz del clérigo del Maqueda, Guzmán

robándole a sus seudo parientes de Génova) es la invención del pícaroescritor

(llamaremos así al pícaro en su faceta de narrador). Quien emite la

narración no es el muchacho tahúr, primero estafado y luego estafador: es

el pícaro que ha dejado de burlar a los viandantes para mentir lícitamente

a los lectores.

En un nivel, efectivamente, el pícaro no quiere ser sino él mismo, pero

transformado por la literatura, convertido en un mito (recuérdese el

grabado de “La nave de la vida picaresca” que aparece en la primera

edición de La pícara Justina). Pero quien impone este deseo es el pícaroescritor,

el delincuente retirado que ha encontrado en sus hechos pasados

el mejor capital para sobrevivir en la sociedad. ¿Cómo? Afeitándolos,

pintándose no como fue, sino como debía ser. “El mismo escribe su vida

desde las galeras, donde queda forzado al remo por delitos que cometió,

habiendo sido ladrón famosísimo” escribe el propio Mateo Alemán en uno

de los preliminares a Guzmán de Alfarache5. Lázaro, en las primeras

páginas de Lazarillo de Tormes, llama a todos a que “vean que vive un

hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades”6. El pícaro-escritor

vende su vida como extraordinaria, fascinante. Todo el tiempo, el narrador

resalta los valores de su narración. Guzmán elogia su ser picaresco: “No

trocara esta vida de pícaro por la mejor que tuvieron mis antepasados”7.

4 Ibidem, p. 14.

5 Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, ed. José María Micó, Madrid,

Cátedra, 1994. vol 1, p. 113.

6 Lazarillo de Tormes, ed. Francisco Rico, Madrid, Cátedra, 2000, p. 9.

7 Mateo Alemán, op. cit., vol 1, p. 276.

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La vida picaresca es, según él, “gloriosa libertad”8. Esta deificación del

pícaro lo erige como mediador dentro de la narración, es decir en el nivel

de lo narrado. Así, en la segunda parte del Guzmán, el ladrón Sayavedra

es el sujeto mediatizado y su admiración por Guzmán lo lleva al grado de

volverse su criado. El ídolo Guzmán necesita disfrazarse de noble y

entonces Sayavedra afirma: “Paréceme muy bien […] y digo que quiero

heredar el [nombre] tuyo verdadero, con que poderte imitar y servir.

Desde hoy me llamo Guzmán de Alfarache”9.

El final no puede dejar de ser violento: el mediatizado Sayavedra acaba

muerto por un rapto de locura en el viaje de vuelta a España, profiriendo

estas palabras que manifiestan aquel desgarro interior: “¡Yo soy la sombra

de Guzmán de Alfarache! ¡Su sombra soy, que voy por el mundo!”10. El

deseo provocado por el otro, la presión del modelo, culmina con la entrega

de la propia vida, pues es insoportable vivirla así: odiando al mediador por

ser obstáculo y amándolo por ser lo que vuelve fascinante el ser pícaro.

Sayavedra no quiere ser cualquier delincuente, quiere ser el gran Guzmán

de Alfarache, ladrón famosísimo.

Pero reparemos en que la narración es emitida por el propio pícaro

muchos años después y que todos sus recuerdos están filtrados con el

objetivo de agradar y cumplir esa suerte de salvación personal en que se

convierte la autobiografía. Téngase en cuenta que el pícaro ha tenido

problemas con la justicia y solo desea exculparse. Así, la fascinación no

se halla tanto en los delitos, sino en la presentación de los mismos, en la

voz del pícaro hablador que usurpa la autoridad de su audiencia

encandilada. El mediador absoluto de la picaresca es, finalmente, Guzmán

el galeote, que entretiene y mueve a la risa con el relato de su vida para

obtener la libertad. El mediador es el Lázaro humanista que cita a Plinio y

a Cicerón y trasciende la esfera de los burdos crímenes a los que está

acostumbrado.

Ahora quizás podemos establecer una diferencia sustancial entre don

Quijote de la Mancha y Guzmán de Alfarache. El primero es un sujeto

mediatizado por Amadís de Gaula: Don Quijote quiere ser como Amadís,

lo imita. Guzmán en cambio es un mediador, un sujeto que, dentro de su

8 Ibidem, vol 1, p. 277.

9 Ibidem, vol 2, p. 258.

10 Ibidem, vol 2, p. 307.

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narración, induce a imitarlo. Mientras en Don Quijote el protagonismo lo

tiene un discípulo o un esclavo del deseo de otro, como diría Girard, en

Guzmán de Alfarache lo tiene un maestro o un amo a cuya merced un

ladrón de poca monta como Sayavedra muere en el intento de ser como él.

Ahora bien, cuando Roberto Duport afirma que Pablos de Segovia es

“émulo de Guzmán de Alfarache (y aun no se diga mayor) y tan agudo y

gracioso como don Quijote, aplauso general de todas las naciones”11 nos

estaría dando a entender que Quevedo concilia dos propuestas que la

crítica tradicional considera contradictorias: la cervantina y la picaresca

encarnada por Alemán, la saga de un mediatizado (Don Quijote) y la saga

de un mediador (Guzmán de Alfarache), respectivamente. La influencia

del Guzmán se encuentra a flor de piel en el Buscón. Podemos recordar

aquí motivos que ya han sido apuntados por Lázaro Carreter: aventura

fallida con una moza de posada (Guzmán en Malagón y Pablos en

Madrid); quejas de un capitán que no recibe mercedes en la corte (que

merece la conmiseración de Guzmán y las pullas de Pablos); la comida

repugnante que se ofrecen al pícaro (tortilla y muleto para Guzmán y

tortas de presunta carne humana para Pablos); inserción de “Órdenes

mendicativas” en el Guzmán y “Premática” en el Buscón, ambos textos

paródicos y burlescos; compañía de mendigos organizados en el Guzmán

y de falsos caballeros en el Buscón, ambos bajo reglamento12.

En cambio, la sombra de Don Quijote solo ha sido percibida por la

tradición crítica tras la frase: “Yo iba caballero en el rucio de la

Mancha”13, tras la cual se ha querido encontrar una alusión a Alonso

Quijano y esto solo con el fin de fechar el texto del Buscón. ¿Qué

parecido tendría el Buscón con Don Quijote? ¿Qué rasgo compartirían?

Veamos para empezar la imagen que se tiene de Don Quijote:

Todas las pruebas indican que en los siglos XVII y XVIII Don

Quijote fue solo considerado como una obra maestra de la comicidad.

Hasta los románticos, don Quijote mismo no fue visto como un

personaje de noble patetismo; para sus contemporáneos –a quienes la

11 Francisco de Quevedo, La vida del buscón llamado don Pablos, ed.

Fernando Lázaro Carreter, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1965. p. 6.

12 Francisco de Quevedo, op cit, p. 85-86.

13 Francisco de Quevedo, op. cit., p. 148.

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expresión “triste figura” indicaba un objeto de ridículo- el Caballero de

la Triste Figura era todo menos patético14.

Según Alonso López Pinciano en su Philosophia Antigua Poetica, la

risa “tiene su assiento en fealdad y torpeza”15. Ambos rasgos, los poseen

don Quijote, Sancho Panza y también Pablos de Segovia. Al fin y al cabo,

además de ser “más roto que rico, pequeño de cuerpo, feo de cara y

pobre”16, Pablos destaca precisamente por su torpeza. Dos veces se cae del

caballo: en el episodio del rey de gallos y en la Corte frente a su dama

para “hacer galantería”. Su ineptitud como jinete lo delata como un falso

caballero. Además de las caídas del caballo, es objeto de burla de los

estudiantes de Alcalá, que lo llenan de escupitajos a su llegada.

Agréguense las golpizas que recibe por don Diego Coronel: la del chiste

de Poncio Pilato, en Segovia, y la del chirlo en la cara, en Madrid.

Ciertamente, Guzmán de Alfarache también es burlado más de una vez,

pero este se venga con éxito y tiene oportunidad de mostrarse más astuto

que los demás (por ello decíamos que se constituía como mediador):

piénsese en el episodio del agnusdei del capitán o los robos en Milán y

luego en Génova. Los pícaros pasan por unas de cal y otras de arena, pero

Pablos solo conoce las de cal. Esta diferencia también la percibe

Raimundo Lida:

Dentro del ingenioso muestrario, el Buscón despliega la más

desaforada crueldad, con ironías y retruécanos o sin ellos. Golpes

incesantes: adecuada respuesta de quien es, como Pablos –y en mucha

menor mayor medida que Lázaro y Guzmán-, “el que recibe las

bofetadas”17.

Como don Quijote, cuyos intentos de emular a Amadís chocan con

molinos, ejércitos de carneros, cueros de vino o ventas donde hay que

pagar; los esfuerzos de Pablos por ser pícaro excelente (“émulo de

Guzmán de Alfarache”) tropiezan con una realidad adversa que él mismo

no duda en revelarnos; este factor es un atentado contra el carácter de

14 R. O. Jones, Historia de la literatura española. 2. Siglo de Oro: prosa y

poesía, Barcelona, Ariel, 1974, p. 264.

15 Alonso López Pinciano, Philosophia Antigua Poetica, ed. Joaquín de

Entrambasaguas, Madrid, CSIC, 1973. vol 3, p. 33.

16 Francisco de Quevedo, op. cit., p. 209.

17 “Pablos de Segovia y su agudeza. Notas sobre la lengua del Buscón”, en

Homenaje a Casalduero, eds. Rinzel Pincus Sigele y Gonzalo Sobejano, Madrid,

Gredos, 1972, p. 290.

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mediador del pícaro canónico. Guzmán cuenta en la primera parte de su

libro la burla que le hacen en Génova porque se vengará en la segunda.

Pero Pablos no tiene esa potestad, por el contrario, Pablos no duda en

ridiculizarse frente al lector, ofreciendo sus fracasos con un orgullo

bastante chocante. Este aspecto también llama la atención de B.W. Ife:

Cuando se trata de convencer por escrito, Pablos es un fracaso

total... incluso en una obra de ficción, en donde no hay una realidad

objetiva que lo traicione tras su cortina de humo, Pablos es incapaz de

conseguir pasar con éxito como caballero... En el Buscón, tenemos una

obra de ficción en la que un personaje no solo no consigue

convencernos, sino que hace todo lo posible para que no nos engañen

sus ardides18.

Ser caballero. A menudo, se cree que la pretensión de ascenso social es

exclusiva de los pícaros. Lázaro de Tormes una vez que empieza a medrar

se viste “muy honradamente de la ropa vieja, de la cual compré un jubón

de fustán viejo y un sayo raído de manga tranzada y puerta y una capa que

había sido frisada, y una espada de las viejas primeras de Cuéllar”19.

Guzmán de Alfarache en Génova se hace pasar por “don Juan de Guzmán,

un caballero sevillano”20. Sin embargo, revisando la segunda parte de Don

Quijote, nos encontramos con la opinión del vulgo transmitida por Sancho

Panza a su amo:

Los hidalgos dicen que no conteniéndose vuestra merced en los

límites de la hidalguía, se ha puesto don y se ha arremetido a caballero

con cuatro cepas y dos yugadas de tierra y con un trapo atrás y otro

adelante. Dicen los caballeros que no querrían que los hidalgos se

opusiesen a ellos, especialmente aquellos hidalgos escuderiles que dan

humo a los zapatos y toman los puntos de las medias negras con seda

verde21.

Bien visto, el “don” que se acuña Alonso Quijano implica una

distinción social que no posee. En este solo aspecto, bien poca diferencia

hay entre don Quijote y un pícaro. El contraste se da, por supuesto, en los

18 Lectura y ficción en el Siglo de Oro: las razones de la picaresca,

Barcelona, Crítica, 1992, pp. 139-140.

19 Op. cit., p. 127.

20 Mateo Alemán, op. cit., vol 2, p. 272.

21 Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. Martín de Riquer,

Madrid, Planeta, 1985. vol 2, p. 594.

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motivos que lo llevan a colocarse el “don”. Alonso Quijano es “don

Quijote” por imitar a sus héroes en estampa, pues decide:

Irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las

aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los

caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de

agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos,

cobrase eterno nombre y fama22.

Por otro lado, Guzmán de Alfarache es “don Juan de Guzmán” para

vengarse de sus falsos parientes pero, sobre todas las cosas, para cometer

un gran robo y solazarse pensando en cómo quedarán sus víctimas:

Mas, cuando hallasen de oro de jeringas, ¡qué parejo le quedaría el

rostro, los ojos qué bajos, y cuántas veces los levantó para el cielo, no

para bendecir a quien lo hizo tan estrellado y hermoso, sino para, con

los demás decretados, maldecir la madre que parió tan grande

ladrón!23.

A diferencia de don Quijote, Guzmán de Alfarache no imita a nadie, se

basta él solo. Mientras las acciones del manchego se orientan a ponerse a

la altura de sus modelos, el sevillano cae en el egocentrismo y la vana

presunción de imaginarse “tan grande ladrón”.

Si Pablos está padeciendo los reveses de don Quijote y este es un

mediatizado, ¿quién es el mediador de Pablos? Nadie que no sea su

principal obstáculo, don Diego Coronel, una suerte de Amadís de Gaula

picaresco, o de Guzmán de Alfarache dentro del mundo de la novela de

Quevedo. Desde el momento de su encuentro, Pablos se le ofrece como un

lisonjero más que como un verdadero amigo, con lo que la relación entre

ambos se vuelve más vertical que horizontal, pero con don Diego encima

de Pablos: “Yo trocaba con él los peones si eran mejores los míos, dábale

lo que almorzaba y no le pedía de lo que él comía, comprábale estampas,

enseñábale a luchar, jugaba con él al toro, y entreteníale siempre”24.

Recuérdese que la burla a Poncio de Aguirre le fue propuesta por don

Diego y ejecutada “por darle gusto a mi amigo”25. Bien podría afirmarse

que los latigazos que recibe Pablos los recibe por (y en honor a) don

Diego, pues la idea fue de este. ¿Cuál es el atractivo de don Diego

22 Ibidem, vol 1, p. 36.

23 Mateo Alemán, op. cit., vol 2, p. 303.

24 Francisco de Quevedo, op. cit., p. 24.

25 Ibidem, p. 25.

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Coronel? Es un “caballerito”26 y en el primer capítulo ya nos ha advertido

Pablos de tener “pensamientos de caballero desde chiquito”27. De acuerdo

con Ife, “Pablos queda hipnotizado por la imagen que tiene de don Diego,

y sus ‘pensamientos de caballero’ son atribuibles en última instancia a su

amistad de los años de colegio”28. La servidumbre de Pablos, entonces, se

explica por la veneración que le tiene a su modelo, a quien obedece sin

objeciones. El punto crítico de la mediación que ejerce don Diego sobre él

se encuentra en el capítulo VII del libro II, cuando ambos tienen que

separarse. Entonces el amo le propone a su criado acomodarlo con otro

caballero, pues ya no pueden seguir juntos. Veamos la respuesta de

Pablos: “Yo, en esto, riéndome, le dije: -Señor, ya soy otro, y otros mis

pensamientos; más alto pico, y más autoridad me importa tener. Porque,

si hasta ahora tenía como cada cual mi piedra en el rollo ahora tengo mi

padre”29. Muerto el barbero ladrón que es su padre, Pablos se siente libre

y, aparentemente, se propondría desprenderse de su mediador don Diego.

Pero la vida que se propone y llega a practicar en Madrid no es otra

que la de caballero chanflón, es decir un falso noble que intenta mezclarse

con los verdaderos para beneficiarse sea a través de la amistad con estos o

del provechoso matrimonio con damas. Precisamente a lo último es a lo

que aspira Pablos y lo está a punto de concretar hasta que reaparece don

Diego, quien se presenta como primo de la moza cortejada. Cuando este le

manifiesta a don Felipe Tristán (tal es el nombre que adopta Pablos) que

se parece mucho a un criado que había tenido en Segovia, Pablos disimula

naturalmente; pero también lo hacen las mujeres que están interesadas en

pactar la boda, comiéndose también ellas el pleito:

Entonces las viejas, tía y madre, dijeron que cómo era posible que a

un caballero tan principal se pareciese un pícaro tan bajo como aquel.

Y porque no sospechase nada dellas, dijo la una: -“Yo le conozco bien

al señor don Felipe, que es el que nos hospedo por orden de mi marido,

que fue gran amigo suyo en Ocaña”. Yo entendí la letra, y dije que mi

voluntad era y sería de servirlas con mi poca posibilidad en todas

partes30.

26 Ibidem, p. 24.

27 Ibidem, p. 18.

28 Op. cit., p. 158.

29 Francisco de Quevedo, op. cit., p. 94. Las cursivas son nuestras.

30 Ibidem, p. 230.

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¿Por qué mentirían las mujeres? ¿Por qué aparece de repente don

Diego y las trata como primas? “Toda esta gente –damas y caballerosestá

protagonizando una farsa, proyectando, igual que Pablos, una

apariencia que no corresponde con la verdad. Lo más irónico es que

Pablos parece que no se da cuenta de ello. El lector sí...”31, de forma que

“D. Diego revela por su comportamiento ser tan pícaro como Pablos”32.

No cabría sino pensar que don Diego y sus parientes juegan al mismo

juego que Pablos y su cofradía de chanflones33. Súmese a ello el hecho de

que los Coronel eran conocidos conversos en Segovia. Entonces

tendríamos dos pícaros en el Buscón: a don Diego y a Pablos, pareja que

evoca a Guzmán y a Sayavedra. Guzmán y don Diego serían mediadores

(amos) de Pablos y Sayavedra, sus mediatizados (criados). El conflicto se

desata: Sayavedra, como hemos apuntado, muere por no soportar la

mediación; Pablos sufre una golpiza y un corte en el rostro a manos de

quienes lo confunden con don Diego por llevar la capa de este y le

exclaman: “¡Así pagan los pícaros embustidores mal nacidos!”34.

Tras el suceso, Pablos tiene que marcharse de la corte y olvidarse de

sus pretensiones de ser caballero, con lo que don Diego triunfa sobre él. El

resto de la vida que pasa Pablos no es más que un descenso hacia la nada:

se dedica a representante, poeta y galán de monjas, actividades que

también realiza el Guzmán de Alfarache apócrifo de Mateo Luján de

Sayavedra, como lo ha advertido Lázaro Carreter35. Así, el buscón -que ya

es un imitador dentro de su historia- imita a un imitador de otra ficción, el

falso Guzmán que, a su vez, quería superar al Guzmán primigenio (nótese

que fuera del mundo ficcional, también existe la mediación: Mateo

Alemán es el mediador de Mateo Luján de Sayavedra en la medida en la

que este último quiere alcanzar el éxito del sevillano usurpándole a su

criatura). Así, la derrota está asegurada.

Vencido por su modelo don Diego (cuyas ínfulas en Madrid evocan las

de Guzmán en Italia), cortadas las alas de su pretensión, Pablos acaba por

31 Carroll Johnson, “El Buscón: don Pablos, don Diego y don Francisco”,

Hispanófila XVII(1974), p. 7.

32 Ibidem, p. 9.

33 Cfr. Francisco Ynduráin, “El Quevedo del Buscón”, Boletín de la Biblioteca

Menéndez Pelayo LXII(1986), p. 126.

34 Francisco de Quevedo, op. cit., p. 241.

35 Cfr. “La originalidad del Buscón”, en op. cit., p. 87-88.

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fugarse a las Indias (lo más cercano a la muerte en su caso), acto que sería

su último esfuerzo por zafarse por completo de la sombra de don Diego.

Este último, como se ve, marca a Pablos de principio a fin. Don Diego es

quien impone el deseo de ser caballero, se erige como mediador y cuando

el mediatizado intenta desplazarlo lo elimina. Si Pablos fracasa como

narrador de su propia historia, ello también puede explicarse por su

fracaso como víctima de la mediación. Al no poder superar su condición

de mediatizado, le es imposible convertirse en un pícaro-escritor de la

misma forma en que Lázaro y Guzmán, quienes sí han vencido “a la

picaresca” es decir han caído en el autosacrificio para salvarse de la

justicia: uno es marido cartujo y el otro un delator. Pablos, tras el crimen

en Sevilla y su autoexpulsión a las Indias, solo puede representarse como

un objeto de mofa de otros, pero ello no le vale ya de nada, pues está fuera

de aquel mundo donde rigen las picardías de don Diego.

Otra razón para equiparar a Pablos con don Quijote, además de su rol

de mediatizados en sus respectivos mundos, es su condición de soñadores.

Nos cuesta en primera instancia mezclar las imágenes del caballero

manchego y el cínico pícaro, pero ello no ocurría con los autores de la

época. A este propósito, conviene traer a colación la “novela y

escarmiento once” de la Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte

de Antonio Liñán y Verdugo (1620) donde se da cuenta de la estafa que

comete un “alquimista” o “quimerista”, según el narrador, que se hace

pasar por un canónigo de sangre noble frente a un labrador rico recién

llegado a la corte. El falso caballero, que se hace llamar don Juan,

empieza prestándose dinero del labrador. Luego, le propone a este casarse

con la guapa hija y para ello renunciar a su canonjía dejándole la renta al

hijo, su futuro cuñado. La alegría del labrador, cuya descendencia era así

ennoblecida, provoca un despilfarro y pompa exagerados: la muchacha,

conocida como Mari Hernández, empieza a salir en silla y coche y ser

llamada doña María; don Juan pasa de la mula a un coche propio; y

Sancho, el cuñado, pasa a ser de la noche a la mañana don Sancho. El

narrador afirma: “Estas aventuras soñadas duraron como tres meses en

cuanto se esperaban las bulas de Roma de dignidad y canongía”36. Tales

“aventuras soñadas” serán, líneas más adelante, asociadas, casi

naturalmente, con el protagonista de la gran novela cervantina, pues el

pícaro don Juan es equiparado con él: “Este caballero viandante, segundo

36 Antonio Liñán y Verdugo, Guía y avisos de forasteros que vienen a la

Corte, ed. Edison Simons, Madrid, Editora Nacional, 1980, p. 219.

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don Quijote de la Mancha, aunque se parecía a Amadís y al caballero del

Febo en las aventuras soñadas, no se les parecía en la cortesía y

castidad”37. El pícaro don Juan es equiparado con don Quijote por vivir

sumergido en la fantasía, más allá de si esta se provoca por estafar y vivir

a la picaresca o por “desfacer tuertos”.

Sabido esto, los epítetos de “agudo y gracioso” como don Quijote no

son nada gratuitos. La agudeza y la gracia vienen por el lado de las

“aventuras soñadas” que en el caso de Pablos pueden ser aquellas de

creerse caballero y querer casarse con doña Ana, la prima de don Diego,

cuyo entorno le estaba haciendo vivir una fantasía que solo Pablos -como

sostenía Carrol Johnson- quiere creerse.

Finalmente, consideremos la cantidad de veces en que Pablos justifica

sus reveses mediante la intervención del diablo o la mala fortuna. Cuando

vienen los autoridades y desmantelan el colegio buscón, Pablos introduce

el suceso diciendo: “Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso en cosas

tocantes a sus siervos…”38. Más adelante, cuando Pablos intenta gozar a la

muchacha del mesón donde vive como “don Ramiro de Guzmán”:

El diablo, que es agudo en todo, ordenó que, venida la noche, yo,

deseoso de gozar la ocasión, me subí al corredor, y por pasar, desde él

al tejado que había de ser, vánseme los pies, y doy en el de un vecino

escribano39.

Cuando está haciendo galantería frente a su dama y viene el letrado

dueño del caballo que ha tomado por suyo: “Y soy tan desgraciado, que,

estándome diciendo el lacayo que nos fuésemos llega por detrás el

letradillo”40. La golpiza y el chirlo en la cara también se justifica de esa

forma: “Ordena el diablo que dos que lo aguardaban [a don Diego] para

cintearlo por una mujercilla, entendiendo por la capa que yo era don

Diego, levantan y empiezan una lluvia de espaldarazos sobre mí”41. Más

tarde, cuando se recupera en casa de Tal de la Guía, una vieja alcahueta:

37 Ibidem, p. 219.

38 Francisco de Quevedo, op. cit., p. 192.

39 Ibidem, p. 213.

40 Ibidem, p. 235.

41 Ibidem, p. 240.

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Etiópicas, 1 (2004-2005) ISSN: 1698-689X

“La desventura, que nunca me olvida, y el diablo, que se acuerda de mí,

trazó que la venían a prender por amacebada [a la alcahueta]”42.

Quizás a Pablos le falta escuchar a don Quijote excusándose frente a

Sancho: “¿Que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has

echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen

quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés?”43. Las

aventuras de don Quijote se equiparan con “quimeras” y el pícaro es

identificado por Liñán y Verdugo con un “quimerista”. He allí el vínculo

de ambos personajes en primera instancia opuestos. En este caso, los

encantamientos que acompañan a don Quijote y la mala suerte de Pablos

son mecanismos análogos. Sin embargo, en el caso de don Quijote,

sabemos -por el narrador- que tales encantamientos no son reales, sino que

el mundo que rodea a don Quijote no es el mundo caballeresco que él ha

leído; quizás esto en el universo narrativo de Pablos solo pueda ser

inferido. Este recurso, en todo caso, es solidario con el propósito

cervantino de proponer una “invectiva contra los libros de caballerías”:

demostrar la mentira y falsedad de tales ficciones. ¿Cómo comprender la

intervención del “diablo” en la historia del Buscón? Asumida esta

variación significativa de presentar a un protagonista mediatizado y no a

uno mediador, no queda sino pensar con razón que Quevedo está

presentándonos también una invectiva, pero contra los libros picarescos,

género donde los protagonistas se atreven y alcanzan a cuestionar los

valores y las jerarquías de su sociedad. El Buscón es un “libro concebido

para dar al grupo hegemónico, y en especial a la casta dominante, la

conciencia de su dominación”44. Dominación objetada precisamente en los

libros que aspira superar. Este apartarse de la picaresca canónica

proponiendo a un pícaro-escritor mediatizado y no mediador, vuelve la

escritura del pasado picaresco de Pablos “defectuosa” en comparación con

las de Lázaro y Guzmán. De allí que el Buscón haya padecido la censura

de Francisco Rico en su cotejo frente al Lazarillo y al Guzmán:

[Quevedo] no comprendió que el pregonero y el galeote cuentan lo

pasado para aclarar lo presente (y, por ahí, el mismo hecho de contar).

No comprendió la magistral ambigüedad con que Lázaro ofrece su

42 Ibidem, p. 247.

43 Miguel de Cervantes, op. cit., vol 1, p. 260.

44 Maurice Molho, “Cinco lecciones sobre el Buscón”, en Semántica y poética

(Góngora y Quevedo), Barcelona, Crítica, 1977, p. 102.

“ÉMULO DE GUZMÁN DE ALFARACHE…” 157

Etiópicas, 1 (2004-2005) ISSN: 1698-689X

libro como pliego de descargo… A Quevedo no le desazonó la radical

incongruencia de que Pablos escribiera unas memorias como las de

marras, donde traiciona sistemáticamente su credibilidad en tanto

protagonista y narrador45.

Esta incongruencia formal revelada por Rico, la falta de

motivación que legitime la escritura, así como el desinterés del narrador

por defenderse (no olvidemos que tal es una sana costumbre de Lázaro y

Guzmán) llevan a considerar a Michel Cavillac que “il s’agit [el Buscón]

de la vie d’un individu irrémédiablement abject, contée par lui-même”46.

Pablos no busca ponerse por encima del bien y del mal, ni siquiera

pontifica cual atalaya de la vida humana. Esta decisión de no moralizar

de vez en cuando, que quizás el joven Quevedo tomó para distinguirse de

la prédica de Alemán, es uno de los factores que ha provocado la opinión

negativa de una parte de la tradición exegética. Pero es posible justificar

esos “errores” por su condición mediatizada, aspecto que encerraría uno

de los motivos del autor de Buscón: desprestigiar a la dupla que

conforman Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache, los que

constituyen la picaresca canónica.

La discrepancia más radical entre Quevedo y la picaresca es su

negativa a darle al pícaro una voz independiente. Cuando Pablos

intenta explicarse, Quevedo pone en su boca palabras que revelen su

bajeza y falsedad47.

¿Qué intentaba transmitir su autor? Asumiendo su deseo de competir y

superar a sus precedentes, la narración picaresca ejecutada por Quevedo

tendría por finalidad desvirtuar el carácter conflictivo de esta. Pablos es un

pícaro sumiso para el deleite del público objetivo del Buscón: la corte

vallisoletana de Felipe III. La excepción que presenta esta novela se debe,

de seguro, al lugar de Quevedo en la corte, pues representa a cierto sector

de la nobleza de sangre, la cual se ve acorralada por personajes como don

Diego Coronel, que a inicios del XVII habían ingresado al círculo de

poder del Duque de Lerma, con Rodrigo Calderón a la cabeza, notable

parvenu que apelando a la lisonja y otras maniobras propias de pícaros

había hecho una meteórica carrera al lado del valido de Felipe III. Así, el

45 La novela picaresca y el punto de vista, Barcelona, Seix Barral, 1970, p.

127.

46 Cfr. Michel Cavillac, “A propos du Buscón et du Guzmán de Alfarache”, p.

126.

47 B.W. Ife, op. cit., p. 143.

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Buscón es una reacción de tan noble cuño como Don Quijote, pues

mientras esta última se ofrece como un ataque contra los libros de

caballería, Quevedo pretendió un ataque contra los libros picarescos; la

diferencia se encuentra en que los caballeros andantes y los valores que

estos representan han caducado, en tanto la picaresca, dentro y fuera de

los libros, se encuentra en auge.

La transmisión manuscrita de la obra confirma esta idea: el autor del

Buscón no pensaba en el público no cortesano, sino en un estrecho círculo

de señores que podían disfrutar, “sin daño de barras” como diría

Cervantes, de las desventuras de un pícaro tan risible como don Quijote.

El que el Buscón circule en tan estrecho círculo supone la adaptación y el

reajuste de varios principios de la picaresca que recibe Quevedo. ¿Cómo

criticar el honor (materia favorita del pícaro canónico) frente a quienes lo

ostentan? A diferencia del Lazarillo y el Guzmán, donde el rol de

narratario como autoridad no tiene que ver necesariamente con el del

lector (pues este no es “Vuestra merced”), en la recepción del Buscón sí

ocurría que el lector concreto se identificaba plenamente con el narratario.

Quien leía la narración de Pablos era, en efecto, un “señor”, un noble, a

quien el manuscrito le había sido cedido; el resto del público (pensemos

sobre todo en la burguesía emergente, público objetivo de la picaresca)

está excluido del circuito de transmisión del Buscón: “Quevedo no

escribió para ellos [los que están fuera del círculo de la corte], y, de

haberlo hecho, lo hubiera publicado [el Buscón]”48. Por ello cabe suponer

que en este caso la picaresca se pone al servicio de los intereses del sector

social al que pertenece el autor: los nobles de sangre, mas no los de

privilegio, cuyo representante en la novela sería don Diego.

Ya señaló Lázaro Carreter, en el “Estudio preliminar” de su edición,

que la tardía publicación de la obra, más de veinte años después de escrita,

a manos de un librero ansioso de medrar como Roberto Duport, se realiza

sin la participación de Quevedo, quien no considera al Buscón dentro de

sus obras completas49. El autor se desentiende del público objetivo del

género: aquel sector social constituido por la burguesía mercantil nacida

en torno a las ciudades que carecía aún de nombre propio50. Harry Sieber

48 Ibidem, p. 132.

49 Cfr. Francisco de Quevedo, op. cit., p. LXVII.

50 Cfr. Michel Cavillac, “A propos du Buscón et du Guzmán de Alfarache”, p.

131.

“ÉMULO DE GUZMÁN DE ALFARACHE…” 159

Etiópicas, 1 (2004-2005) ISSN: 1698-689X

se atreve a describir a dicho sector de la población, bastante numeroso

para inicios del XVII:

It seems evident that the readers Martínez had in mind were those

literate courtiers, government bureaucrats, merchants, and hangers-on

who followed the court and who, according to Madrid’s city fathers,

numered in the hundreds51.

La impronta quijotesca de don Pablos permite a Quevedo contrarrestar

el mensaje moralista y reformador que subyace a la picaresca canónica

privilegiando la conseja, la anécdota divertida, y dejando de lado el

consejo, la enseñanza provechosa, como no quería que ocurriera Mateo

Alemán, quien respecto de su libro pedía a su lector: “Haz como leas lo

que leyeres y no te rías de la conseja y se te pase el consejo”52. Asimismo,

el Buscón supone una “domesticación” del discurso picaresco de parte de

la nobleza, cuyos valores cuestionan Guzmán de Alfarache y sus secuaces,

aquellos “burgueses frustrados” que claman por legitimidad. Como bien

anota Michel Cavillac, el único pícaro de quien no conocemos actividad

comercial es Pablos (salvo que la haya ejercido en Indias, pero no la

consigna como un mérito): Guzmán fue vendedor de enseres en la galera,

Lázaro fue aguador y luego vendedor de vinos y hasta la pícara Justina se

introdujo en el negocio de las lanas y los hilos en Rioseco53.

Siguiendo la lección cervantina de cuestionar los libros de caballerías

escribiendo uno de ellos, el Buscón es algo más que un ejercicio de estilo

conceptista. Bien visto, sería el primer testimonio de la influencia de la

parodia a la manera cervantina. En verdad, como afirma Francisco

Márquez Villanueva:

La vida literaria de la época era a la sazón un laberinto de

relaciones personales que el anticipado circular de manuscritos, al

margen de la imprenta, ha vuelto para nosotros un poco menos que

inextricable54.

51 “Literary Continuity, Social Order and the Invention of the Picaresque”, en

Cultural Authority in Golden Age Spain, eds. Marina S. Brownlee y Hans Ulrich

Gumbrecht, Baltimore-London, The John Hopkins University Press, 1995, p. 150.

52 Mateo Alemán, op. cit., vol 1, p. 111.

53 Cfr. Michel Cavillac, “La figura del ‘mercader’ en el Guzmán de

Alfarache”, Edad de Oro XX(2001), p. 69.

54 “La interacción Alemán-Cervantes”, en Trabajos y días cervantinos, Alcalá

de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, p. 293.

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Fechado el texto del Buscón en torno de 1604, Lázaro Carreter

consideraba posible que Quevedo, amigo de Cervantes en Valladolid,

haya leído la novela antes de ser publicada55. No es por ende disparatado

considerar que el lugar del buscón don Pablos frente a Guzmanes y

Lázaros sea el de don Quijote frente a Amadises y Roldanes. Como se

advierte en el prólogo “Al lector”: “No poco fruto podrás sacar dél si

tienes atención al escarmiento”56. El escarmiento, en ese caso, viene

dirigido a los arribistas que, a la picaresca, osan invadir los predios del

cristiano viejo.

55 Lázaro Carreter, “La originalidad del Buscón”, en op. cit., p. 83.

56 Francisco de Quevedo, op. cit., p.

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